A medida que los recuerdos se agolpan, sinónimo de edad y experiencia, siente uno la necesidad de dejar escrito aquellos pasajes que nos hicieron felices junto a las motos. Los ciclomotores fue el primer gran símbolo de madurez, de formar parte importante de la comunidad, contar con una de aquellas, -pequeñas cilindradas setenteras u ochenteras- era un sueño real resuelto. Bien fuera regalada por hermano, traspasada por familia o comprada en el concesionario, después de juntar la pasta gansa del momento. El hecho es que su consecución haría un nuevo estatus en nuestra juventud.
Yo, estuve casi dos años, esperando que mi hermano, destruyera la Puch Mini Cross primera serie. Los tres primeros meses de rodaje, le daba caña para partirla, Gracias a esta obra de arte española, que tenía de todo menos debilidad a los malos tratos. Hizo las delicias de las bestialidades de Tavo. Este, harto de que la velocidad no mejorara, con el kit rectificado, para correr de verdad por las carreteras de los aledaños, bajar y subir a Telde, Valsequillo, Atalaya era el paseo diario, pero él; siempre descubrió que las fronteras eran mentales y su anarquía rebelde, le hacían andar de la seca a la meca sin permiso, ni más liderazgo que su instinto depredador de espacio y experiencias nuevas. Por lo tanto, cada vez que miraba mi futura Puch, temía que no superara la prueba a la que mi hermano tenía sometida la tiranía de mi herencia
Dos
años después y con serio desbarajuste, me entregó el resto de la artillería,
por que había encontrado un escarabajo y le tocaba el turno de las cuatro
ruedas. Con más pena que gloria, cogí aquel “puchi” y comencé a quitarle
maltrato, y a cambiarlo por cariño y brocha fina. Desmonté el tanque y le hice
unas pintadas creativas - los hindúes con su afinados pinceles artesanales,
sobre los tanques de las Royal Enfield, no cuestionarían su encanto- desmontaba
remozaba y volvía a montar, quité los guardabarros de metal y le puse de
plástico bajos el delantero sobre la rueda; le puse un grupo 74 nuevo de
rectificado que me costó 14.000 pesetas con un carburador mikuni de 18 y dejé
pequeños repasos en el resto de los elementos decorativos, al final aquello no
era un Puch mini Cross de 49cc, aquello era una transforme o el comienzo del
arte callejero canario del streetfaigster.-Que pena que perdí sus fotos-
A
la peña le impactó el cambio, y comenzaron aparecer pedidos de arte decore,
para las motos de los amigos, sin saberlo, estábamos en plena evolución
motorística hacia nuevos conceptos personalizados. Entonces llegó la noche del
pique, había salido con Isidro Herrera, con la Montesa rápita, Juan con el
Derbi, Pepe con la borrasca. Un grupito mas tranquilo, y aquella noche
volvíamos del calero, después de una charla con una banda de Honda 70 que
pujaban por lucir sus hechuras de cuatro tiempos nipones, -más cuando habíamos
advertido cornetines en la carburación y pequeños retoques en los escapes. como
las bandas inglesas de Cuatrophenia, acabamos marchándonos con la táctica de
subir suave, para que ellos se picaran de que sus motos nos daban lija. y darle
chance a un pique más serio. Nos adelantaron inspirados y esperaron en el
callejón del castillo, serían las 23.00 H de un viernes. Noche tranquila en la
ciudad dormitorio de Telde, poco o nada, de movimiento en la calles tristes aun.
A
la apuesta de que, si tu moto anda más o menos que la mía; acabó mi propuesta
de un pique con mi Puch “Tocada” con una de aquellas “Setentas
maquilladas”. La que ellos quisieran,
-evidentemente pusieron la más tocada en la pega- El lugar; de la curva los
picachos al edificio de correos de San Juan, pasando por la recta de la calle
del mercado municipal actual y el teatro, Juan Ramón Jiménez de Telde, que
antes eran plataneras cercadas con un muro alto, acababa la calle en la antigua
casa de socorro y bajaba en curva delante los institutos de Telde, para doblar
la esquina del polideportivo y otra recta de 300 metros hasta correos. Yo
calculaba que en reprís el 2 T. Me la llevaba. Y me “fui arriba” invitándolo a
que arrancara antes, -que yo le seguía-. Así fue y en la soledad del silencio
de la noche, dos jóvenes sin casco y con una euforia digna de la más insolente
juventud, comenzaban a meter cambios y retorcerle el sprint. A un “dos tiempos
español” y unos 4 tiempos “Made in Japón” recuerdo que en segunda marcha ya lo
estaba adelantando sobrado, como una flecha y que llegue a la casa de socorro,
con unos 20 metros delante, aquella curva derecha bajando fue de tiralíneas
suicida y la siguiente -de izquierda- del polideportivo, a ras de la acera
interior y con las suspensiones hundidas, tocando prácticamente el bordillo
exterior y el freno que no daba más. Yo solo recuerdo que el ruido de los
cuatro tiempos de honda se silenció de inmediato. El Pibe tenía más
conocimiento que yo, y después de no solo comprobar que el Puch iba como un
tiro, tampoco estaba dispuesto a suicidarse intentando arañar algunos metros en
las curvas. Levantó el acelerador y mientras llegaba exclamando sorpresa por mi
moto, buscó excusas más humildes de otro estilo, para amortiguar el golpe
moral.
Quedamos
como amigos, que habíamos echado una apuesta y el honor del ganador y el del
perdedor sin lesionar, aunque en las tertulias de los corrillos y bandas, Ya se
hablaba de la lija que le metimos al “pijo de la setenta trucada”; que yo
recuerde en salidas posteriores, no se produjo ningún pique más en la historia de
las bandas de los pueblos aledaños, entre estas dos monturas tan diferentes en
todo. ¡Que suicidas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario