martes, julio 29, 2025

EL PUCH MINICROSS “TOCADO”

A medida que los recuerdos se agolpan, sinónimo de edad y experiencia, siente uno la necesidad de dejar escrito aquellos pasajes que nos hicieron felices junto a las motos. Los ciclomotores fue el primer gran símbolo de madurez, de formar parte importante de la comunidad, contar con una de aquellas, -pequeñas cilindradas setenteras u ochenteras- era un sueño real resuelto. Bien fuera regalada por hermano, traspasada por familia o comprada en el concesionario, después de juntar la pasta gansa del momento. El hecho es que su consecución haría un nuevo estatus en nuestra juventud.

Yo, estuve casi dos años, esperando que mi hermano, destruyera la Puch Mini Cross primera serie. Los tres primeros meses de rodaje, le daba caña para partirla, Gracias a esta obra de arte española, que tenía de todo menos debilidad a los malos tratos. Hizo las delicias de las bestialidades de Tavo. Este, harto de que la velocidad no mejorara, con el kit rectificado, para correr de verdad por las carreteras de los aledaños, bajar y subir a Telde, Valsequillo, Atalaya era el paseo diario, pero él; siempre descubrió que las fronteras eran mentales y su anarquía rebelde, le hacían andar de la seca a la meca sin permiso, ni más liderazgo que su instinto depredador de espacio y experiencias nuevas. Por lo tanto, cada vez que miraba mi futura Puch, temía que no superara la prueba a la que mi hermano tenía sometida la tiranía de mi herencia

Dos años después y con serio desbarajuste, me entregó el resto de la artillería, por que había encontrado un escarabajo y le tocaba el turno de las cuatro ruedas. Con más pena que gloria, cogí aquel “puchi” y comencé a quitarle maltrato, y a cambiarlo por cariño y brocha fina. Desmonté el tanque y le hice unas pintadas creativas - los hindúes con su afinados pinceles artesanales, sobre los tanques de las Royal Enfield, no cuestionarían su encanto- desmontaba remozaba y volvía a montar, quité los guardabarros de metal y le puse de plástico bajos el delantero sobre la rueda; le puse un grupo 74 nuevo de rectificado que me costó 14.000 pesetas con un carburador mikuni de 18 y dejé pequeños repasos en el resto de los elementos decorativos, al final aquello no era un Puch mini Cross de 49cc, aquello era una transforme o el comienzo del arte callejero canario del streetfaigster.-Que pena que perdí sus fotos-

A la peña le impactó el cambio, y comenzaron aparecer pedidos de arte decore, para las motos de los amigos, sin saberlo, estábamos en plena evolución motorística hacia nuevos conceptos personalizados. Entonces llegó la noche del pique, había salido con Isidro Herrera, con la Montesa rápita, Juan con el Derbi, Pepe con la borrasca. Un grupito mas tranquilo, y aquella noche volvíamos del calero, después de una charla con una banda de Honda 70 que pujaban por lucir sus hechuras de cuatro tiempos nipones, -más cuando habíamos advertido cornetines en la carburación y pequeños retoques en los escapes. como las bandas inglesas de Cuatrophenia, acabamos marchándonos con la táctica de subir suave, para que ellos se picaran de que sus motos nos daban lija. y darle chance a un pique más serio. Nos adelantaron inspirados y esperaron en el callejón del castillo, serían las 23.00 H de un viernes. Noche tranquila en la ciudad dormitorio de Telde, poco o nada, de movimiento en la calles tristes aun.

A la apuesta de que, si tu moto anda más o menos que la mía; acabó mi propuesta de un pique con mi Puch “Tocada” con una de aquellas “Setentas maquilladas”.  La que ellos quisieran, -evidentemente pusieron la más tocada en la pega- El lugar; de la curva los picachos al edificio de correos de San Juan, pasando por la recta de la calle del mercado municipal actual y el teatro, Juan Ramón Jiménez de Telde, que antes eran plataneras cercadas con un muro alto, acababa la calle en la antigua casa de socorro y bajaba en curva delante los institutos de Telde, para doblar la esquina del polideportivo y otra recta de 300 metros hasta correos. Yo calculaba que en reprís el 2 T. Me la llevaba. Y me “fui arriba” invitándolo a que arrancara antes, -que yo le seguía-. Así fue y en la soledad del silencio de la noche, dos jóvenes sin casco y con una euforia digna de la más insolente juventud, comenzaban a meter cambios y retorcerle el sprint. A un “dos tiempos español” y unos 4 tiempos “Made in Japón” recuerdo que en segunda marcha ya lo estaba adelantando sobrado, como una flecha y que llegue a la casa de socorro, con unos 20 metros delante, aquella curva derecha bajando fue de tiralíneas suicida y la siguiente -de izquierda- del polideportivo, a ras de la acera interior y con las suspensiones hundidas, tocando prácticamente el bordillo exterior y el freno que no daba más. Yo solo recuerdo que el ruido de los cuatro tiempos de honda se silenció de inmediato. El Pibe tenía más conocimiento que yo, y después de no solo comprobar que el Puch iba como un tiro, tampoco estaba dispuesto a suicidarse intentando arañar algunos metros en las curvas. Levantó el acelerador y mientras llegaba exclamando sorpresa por mi moto, buscó excusas más humildes de otro estilo, para amortiguar el golpe moral.

Quedamos como amigos, que habíamos echado una apuesta y el honor del ganador y el del perdedor sin lesionar, aunque en las tertulias de los corrillos y bandas, Ya se hablaba de la lija que le metimos al “pijo de la setenta trucada”; que yo recuerde en salidas posteriores, no se produjo ningún pique más en la historia de las bandas de los pueblos aledaños, entre estas dos monturas tan diferentes en todo. ¡Que suicidas!






 

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