A medida que los recuerdos se agolpan, sinónimo de edad y experiencia, siente uno la necesidad de dejar escrito aquellos pasajes que nos hicieron felices junto a las motos. Los ciclomotores fue el primer gran símbolo de madurez, de formar parte importante de la comunidad, contar con una de aquellas, -pequeñas cilindradas setenteras u ochenteras- era un sueño real resuelto. Bien fuera regalada por hermano, traspasada por familia o comprada en el concesionario, después de juntar la pasta gansa del momento. El hecho es que su consecución haría un nuevo estatus en nuestra juventud.
Yo, estuve casi dos años, esperando que mi hermano, destruyera la Puch Mini Cross primera serie. Los tres primeros meses de rodaje, le daba caña para partirla, Gracias a esta obra de arte española, que tenía de todo menos debilidad a los malos tratos. Hizo las delicias de las bestialidades de Tavo. Este, harto de que la velocidad no mejorara, con el kit rectificado, para correr de verdad por las carreteras de los aledaños, bajar y subir a Telde, Valsequillo, Atalaya era el paseo diario, pero él; siempre descubrió que las fronteras eran mentales y su anarquía rebelde, le hacían andar de la seca a la meca sin permiso, ni más liderazgo que su instinto depredador de espacio y experiencias nuevas. Por lo tanto, cada vez que miraba mi futura Puch, temía que no superara la prueba a la que mi hermano tenía sometida la tiranía de mi herencia