A menudo nos preguntamos por la historia de las distribuciones de motos en las islas y, centrándonos en nuestras indagaciones históricas, vamos ordenando esos pasajes del pasado que devuelven al tablero de juego la elaboración del puzle del tiempo: las circunstancias acaecidas, el momento del boom comercial en Europa, las conexiones marítimas y el despertar de la economía local.
Estos grandes movimientos industriales y sociales hay que situarlos entre dos periodos bastante concretos: entre guerras y después de la Segunda Guerra Mundial. Una primera y tímida conexión se producía —aún sin concretar— a partir de 1910, con la aparición de las primeras motocicletas como artículo de lujo de algunos terratenientes y empresarios extranjeros —británicos y alemanes—, que se intensificó a partir de los años 1920 hasta 1940. Luego hubo un desabastecimiento absoluto, hasta su lenta recuperación a comienzos de los años cincuenta.
En este segundo periodo es cuando la oferta comienza a ir de la mano de los pocos distribuidores de coches primero, y talleres de motos después. Así descubrimos las marcas inglesas, que fueron las primeras con mayor variedad y distribución: AJS y Velocette —representada por Lenflor—; Ariel, vendida por el Garaje Kühne; BSA y Paloma, por González Suárez; Norton, traída por Bazar Gilder S.L.; Triumph y DKW, por Betancor Hermanos.
Las otras marcas alemanas llegaban de la mano de Walter Sauermann, que trajo BMW; Zündapp, distribuida por Moto Sprint; TWN, importada por Luis Ley Wood; y unas pocas Maico Móvil, procedentes directamente de Alemania. Las fantásticas Vespa y Garelli eran distribuidas por André Jean Hefty, y el grueso de las motos italianas llegaba con Ducati (José J. Abou y Artigas, por Motosprint), Parilla (Sergio Bolaños), MV Agusta (Bazar Victoria), Mondial (Salón Mercurio), Lambretta (Santiago Álvarez) y ISO (Enrique Jiménez Mina).
Luego llegó el boom de las motos españolas, comandadas por Bultaco, Derbi, Ducson y Rovena, a través de Pepe Monzón (Salón Mercurio); Montesa, abanderada por Viuda de Peñate; Lube Renn, por Enrique Jiménez Mina; Ginson, traída por Manuel Gorredoira Varela; Mymsa (Motores y Motos), distribuida por Motosprint; y Ossa, representada por Félix Rivero. También destacan tres marcas francesas que dejaron huella en el pasado isleño: Paloma, Terrot y Peugeot.
Todo este despertar intenso de motos, talleres y distribuidores fue ampliando el catálogo de oferta de motocicletas, que se mantuvo hasta bien entrada la década de los setenta. A partir de ahí, el catálogo de marcas europeas disminuyó y estalló el boom de la moto japonesa, que eclipsó al resto del mundo. Este fenómeno merece un capítulo aparte, dado su impacto en la sociedad moderna y, especialmente, en nuestras islas Canarias: un movimiento que marcó una época dorada de un motociclismo activo y canalizado por lo deportivo.
La evolución continúa marcada por los retos de los nuevos fabricantes, donde la tímida esperanza de países consolidados en marcas históricas lucha por subsistir y mantener su escaparate como signo de identidad para minorías. Un mundo globalizado, sacudido por las nuevas tecnologías y por la irrupción explosiva de los fabricantes chinos e hindúes.
Han pasado otros cincuenta años hasta la actualidad, y el concepto del motociclismo sigue siendo tan intenso y variado que analizar sus detalles a través del espejo insular resulta, cuando menos, apasionante.




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