El
despertar industrial y los ecos del deporte europeo, con los antecedentes
nacionales —de Bilbao, Cataluña, Madrid o Málaga— acabaron por romper el molde
de las actuaciones en las organizaciones deportivas. Buscar el apoyo
institucional de los clubes con solera iba a ser trabajo de los consolidados,
que apostarían por remar y educar para poner en marcha esta maquinaria tan
apasionada de los rallyes.
Tanto el ambiente de una juventud ávida de competición y experiencias deportivas, como una precursora industria nacional avalada por el comercio y los nuevos aires de expansión y aventura, conformaban los prolegómenos de tal acontecimiento. Era una actividad sin precedente en los talleres, lugares de encuentro del primer brote de exaltación por un reto que se consolidaba primero en la mente de los más ilustres y luego en la variedad de marcas, que contemplaban el escaparate como aval para las ventas y la necesaria competencia en la rivalidad de las máquinas, en su apuesta por los resultados como gloria y prestigio.


