miércoles, noviembre 12, 2025

La Casa de Socorro

 

En estos tiempos tan modernos y revolucionarios en tecnología, nos atropella el pensamiento ante la velocidad de las cosas. Apenas han transcurrido 40 o 50 años desde que el mundo iba a otro ritmo: los coches circulaban más tranquilos y sus defensas eran de fundición primaria; las motos se usaban para pasear, y los motoristas no necesitaban casco ni protecciones especiales. Ese boom de sucesos llamado estadísticas y necrológicas nunca lo conocíamos, porque los números no asustaban a nadie como ahora.

Que alguien muriera en un accidente de coche o de moto era algo extraordinario y de una mala suerte increíble; como un destino irreparable que se cobraba puntualmente algunas vidas. Pero el tiempo seguía su curso entre tertulias y tranquilidades en blanco y negro. Era una parsimonia que, a duras penas, lograba acelerarnos el pulso o la ansiedad. Es verdad que había pocos coches y carreteras que no invitaban precisamente a correr.

Entonces, en los pueblos grandes, aparte del médico de cabecera o del centro de salud —“el seguro”—, existían las Casas de Socorro, lugares destinados a las emergencias: una especie de servicio de urgencias de primeros auxilios, antes de derivar al accidentado al hospital de turno o al tanatorio para la autopsia. Estas Casas de Socorro cumplieron un papel importantísimo en la sociedad de entonces, ya que los hospitales —pocos aún— eran más bien centros de recuperación para enfermedades.