Uff…
qué mala suerte, Jeremy.
Mi
hijo me acaba de soltar la noticia y me he quedado de piedra. Primero, porque
cerrar la vida de alguien de esta manera no es digno de su misión como piloto;
quiso el destino que así fuera y me aturden las circunstancias.
Independientemente
de sus padres, que estarán desolados —imagino la incredulidad—, recuerdo con
mucho cariño y afecto a su mentor de toda la vida: Taller Manolín. Este hombre
le puso las alas y el amor para volar a Jeremy desde el minuto cero. Él era su piloto,
el que lo había pulido desde las minimotos, en quien confiaba plenamente y que
lo apoyaba con disciplina deportiva y honor en la pista.
Jeremy
adquirió una forma espectacular de ir más rápido que el resto, incluso de
dosificar sus excesos. Estaba llamado a la gloria de los campeones y en ese
honor avanzó una niñez, toda una pubertad y una juventud implacable, donde los
secretos de su carrera deportiva eran la sabiduría de las abejas: carrera a
carrera, trazado a trazado, curva a curva.
Aprendió
rápido. Escuchó más de un grito de control de Manolín, metiéndolo en su mapa.
En el amor de los suyos, pero en su gloria, tenía el gen del campeón; ya había
tocado esa gloria. Su definición no guardaba ninguna duda: de los mejores
pilotos de Canarias de velocidad y el mejor para su tiempo. Rápido, calculador
e infalible.
Su
sprint ha terminado con el dolor de los suyos. Nos ha dejado con la miel en los
labios y el puñal en el corazón. Jeremy no podrá seguir sumando gloria; ahora
pasará al recuerdo, a la leyenda y al legado.
Su
hombría lo describía como un chaval interminable; su carisma en la pista, como
un contrincante letal; y en el día a día, su juventud apasionada y con criterio
de gran chaval lo paseará por su reinado y lo recordarán sus allegados.
Siento
una gran tristeza y me manifiesto ante su destino. Cruel despedida para un
grande que se fue sin dejar resuelta una línea tan fugaz como exitosa. Un
abrazo enorme a la familia, a sus padres, y uno especial a Manolín y al Team
completo, que siempre me hablaba maravillas de su chaval, de su piloto, en
quien había depositado todas sus ilusiones. Y este le correspondió hasta su
triste final —el que todos tenemos, aunque no nos guste—.
Lo
sigo viendo mirando al jefe: como niño ilusionado, como chaval expectante, como
adulto experimentado. En sus consejos constantes, con cara de alumno
aventajado, estaba el secreto de su continuidad y de su gloria.
Hasta
siempre, Jeremy.
Sigue
brillando allá en el cielo…





