lunes, diciembre 15, 2025

Jeremy Bernet. Que mala suerte.¡

 

Uff… qué mala suerte, Jeremy.

Mi hijo me acaba de soltar la noticia y me he quedado de piedra. Primero, porque cerrar la vida de alguien de esta manera no es digno de su misión como piloto; quiso el destino que así fuera y me aturden las circunstancias.

Independientemente de sus padres, que estarán desolados —imagino la incredulidad—, recuerdo con mucho cariño y afecto a su mentor de toda la vida: Taller Manolín. Este hombre le puso las alas y el amor para volar a Jeremy desde el minuto cero. Él era su piloto, el que lo había pulido desde las minimotos, en quien confiaba plenamente y que lo apoyaba con disciplina deportiva y honor en la pista.

Jeremy adquirió una forma espectacular de ir más rápido que el resto, incluso de dosificar sus excesos. Estaba llamado a la gloria de los campeones y en ese honor avanzó una niñez, toda una pubertad y una juventud implacable, donde los secretos de su carrera deportiva eran la sabiduría de las abejas: carrera a carrera, trazado a trazado, curva a curva.

Aprendió rápido. Escuchó más de un grito de control de Manolín, metiéndolo en su mapa. En el amor de los suyos, pero en su gloria, tenía el gen del campeón; ya había tocado esa gloria. Su definición no guardaba ninguna duda: de los mejores pilotos de Canarias de velocidad y el mejor para su tiempo. Rápido, calculador e infalible.

Su sprint ha terminado con el dolor de los suyos. Nos ha dejado con la miel en los labios y el puñal en el corazón. Jeremy no podrá seguir sumando gloria; ahora pasará al recuerdo, a la leyenda y al legado.

Su hombría lo describía como un chaval interminable; su carisma en la pista, como un contrincante letal; y en el día a día, su juventud apasionada y con criterio de gran chaval lo paseará por su reinado y lo recordarán sus allegados.

Siento una gran tristeza y me manifiesto ante su destino. Cruel despedida para un grande que se fue sin dejar resuelta una línea tan fugaz como exitosa. Un abrazo enorme a la familia, a sus padres, y uno especial a Manolín y al Team completo, que siempre me hablaba maravillas de su chaval, de su piloto, en quien había depositado todas sus ilusiones. Y este le correspondió hasta su triste final —el que todos tenemos, aunque no nos guste—.

Lo sigo viendo mirando al jefe: como niño ilusionado, como chaval expectante, como adulto experimentado. En sus consejos constantes, con cara de alumno aventajado, estaba el secreto de su continuidad y de su gloria.

Hasta siempre, Jeremy.

Sigue brillando allá en el cielo…


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