En estos tiempos tan modernos y revolucionarios en tecnología, nos atropella el pensamiento ante la velocidad de las cosas. Apenas han transcurrido 40 o 50 años desde que el mundo iba a otro ritmo: los coches circulaban más tranquilos y sus defensas eran de fundición primaria; las motos se usaban para pasear, y los motoristas no necesitaban casco ni protecciones especiales. Ese boom de sucesos llamado estadísticas y necrológicas nunca lo conocíamos, porque los números no asustaban a nadie como ahora.
Que
alguien muriera en un accidente de coche o de moto era algo extraordinario y de
una mala suerte increíble; como un destino irreparable que se cobraba
puntualmente algunas vidas. Pero el tiempo seguía su curso entre tertulias y
tranquilidades en blanco y negro. Era una parsimonia que, a duras penas,
lograba acelerarnos el pulso o la ansiedad. Es verdad que había pocos coches y
carreteras que no invitaban precisamente a correr.
Entonces, en los pueblos grandes, aparte del médico de cabecera o del centro de salud —“el seguro”—, existían las Casas de Socorro, lugares destinados a las emergencias: una especie de servicio de urgencias de primeros auxilios, antes de derivar al accidentado al hospital de turno o al tanatorio para la autopsia. Estas Casas de Socorro cumplieron un papel importantísimo en la sociedad de entonces, ya que los hospitales —pocos aún— eran más bien centros de recuperación para enfermedades.
La
Casa de Socorro, por lo general, contaba con un médico de guardia fijo y uno o
dos auxiliares que se turnaban. Solía ser una estancia más o menos grande, con
el material necesario para atender urgencias: camillas, medicamentos y
elementos básicos, además de una habitación contigua para el descanso del
personal de guardia. También tenían una ambulancia, la famosa T1 de Volkswagen,
un clásico eterno.
Indagando
en los viejos sucesos que aparecían en la prensa, encontré una perla digna de
relato. Se leía tal cual, así:
Gacetilla
de un viejo periódico del 11 de agosto de 1954
Drama
y comedia en la ciudad
“Se
cae de la motocicleta en que viajaba y sufre lesiones de pronóstico reservado.
Carlos
Jiménez Ramos, de 30 años de edad, natural y vecino de Telde, con domicilio en
la calle Calvo Sotelo número 16 de esta ciudad, paseaba anteayer, con unas
copitas de más, por el paseo de San José sobre la motocicleta GC-28479, de su
propiedad.
En
un momento dado, y por causas que solo el conductor conoce —y que son harto
frecuentes en la práctica del motociclismo—, cayó del vehículo, viniéndose a
tierra con él. El conductor quedó malparado y roto. Con toda rapidez fue
trasladado a la Casa de Socorro de Vegueta.
Su
estado fue catalogado de pronóstico reservado, y la motocicleta se encuentra en
las dependencias de la Jefatura de la Guardia Municipal.”
Pueden
observar que este “guiso” de noticia se saltaba todas las normas elementales de
protección de datos e identidades. Y menos aún disimulaba la sátira al
informar, con pelos y señales, sobre los borrachitos con “unas copitas de más”,
sin salir del titular de tragedia y comedia en la ciudad. Muy divertido el
mensaje. A buen seguro, en la Casa de Socorro de Vegueta le dieron el
pronóstico reservado, y en la Jefatura, la siesta en la camilla del cuartelillo
Sin
querer acabar el relato, destacamos por extraordinario en la fotografía real asistida
por IA, aparece la casa de socorro de Telde; con el primer semáforo inglés de
la época, -que llegó a Telde- su fachada original y la famosa T-1. Todo un
clásico inolvidable.



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