El
despertar industrial y los ecos del deporte europeo, con los antecedentes
nacionales —de Bilbao, Cataluña, Madrid o Málaga— acabaron por romper el molde
de las actuaciones en las organizaciones deportivas. Buscar el apoyo
institucional de los clubes con solera iba a ser trabajo de los consolidados,
que apostarían por remar y educar para poner en marcha esta maquinaria tan
apasionada de los rallyes.
Tanto el ambiente de una juventud ávida de competición y experiencias deportivas, como una precursora industria nacional avalada por el comercio y los nuevos aires de expansión y aventura, conformaban los prolegómenos de tal acontecimiento. Era una actividad sin precedente en los talleres, lugares de encuentro del primer brote de exaltación por un reto que se consolidaba primero en la mente de los más ilustres y luego en la variedad de marcas, que contemplaban el escaparate como aval para las ventas y la necesaria competencia en la rivalidad de las máquinas, en su apuesta por los resultados como gloria y prestigio.
Las
Palmas de los años cincuenta era una ciudad evolucionada y urbanita, y el brote
de talleres, pura revolución de actividad. El medio de locomoción más económico
y versátil, sin duda, era la motocicleta, impuesta por las grandes urbes
europeas y continuada en los lugares donde el comercio era pujante y emergente.
Nuestras capitales de provincia fueron el mejor ejemplo de fotocopia para la
pujanza comercial y el escaparate allende los mares.
Sacamos
un extracto literal del libro Cuéntame historias sobre ruedas para medir el
ambiente previo:
“En el taller de Maestro Juan Castillo, en
Fincas Unidas, en Las Palmas, en lo que se ha dado por llamar el barrio de los
motoristas —por la cantidad de talleres de motos— se formaban corrillos todos
los días.
Los
chiquillos y chavales más curiosos iban y venían de una calle a otra,
compartiendo información y aprendiendo de los nuevos modelos que aparecían en
el mercado. Intervenían las simpatías por las nuevas motos de pequeñas
cilindradas llegadas de Inglaterra, de Italia o de Francia.
Tras
la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, los ingleses, rusos y
americanos limpiaron el botín: unos robaron planos de motos, otros directamente
ingenieros y otros, chatarra de guerra y munición sobrante para la fundición.
Todos querían cobrar la liquidación del cruel enemigo y empezar a exportar.
La
BSA 125 Bantam que trajo González Suárez era una moto ligera y estaba causando
cierto furor en la moda de las cilindradas intermedias.
Recordamos
las grandes y elitistas cuatro tiempos ingleses, que estaban al alcance de unos
pocos antes de los conflictos bélicos; terminada la guerra, se estancaron por
falta de capital y clientes…”
El
Automóvil Club de Gran Canaria, toda una institución deportiva filial del RACE,
se convertía en el abanderado de elaborar y planificar aquella primera aventura
de los rallyes en Canarias, donde iban de la mano automóviles y motocicletas
para avanzar juntos en las competiciones. Un momento estelar en el que todos
estaban involucrados para el éxito: instituciones, deportistas, comercios,
marcas y sociedad.



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