Los
años finales de los setenta fueron una auténtica revolución en la fabricación
de ciclomotores de pequeña cilindrada en España, aparecían nuevas marcas y
modelos adaptandose a las nuevas modas, -motos de campo- replicando éxitos y
calzando a un país que aun rodaba por caminos y andurriales. Para ello las
pequeñas cilindradas de 49cc. Crecieron a un ritmo imparable de fabricación y
ventas, la moto obrera era el primer milagro para la movilidad y todos los que
descubrimos su enorme poder de libertad y movimientos ya pensamos en invertir
el primer empeño de nuestra vida por comprar una, la juventud tenía el
escaparate para la inversión y las marcas cuidaban mucho el objetivo del
futuro, trasmitiendo esa imagen de libertad a bajo coste.
Mi
amigo Juan Ortega apareció una mañana con una moto diferente a lo que rodaba
por el barrio. La apuesta del amigo fue novedosa, pues Mobylette en nuestras
carreteras no teníamos constancia de su existencia; sin embargo, esta unidad
rompía los moldes de nuestros argumentos a los 15 años. Una moto alta, roja,
deportiva, Cross, con un motor y cilindro cuadrado que ya pintaba capacidad
para meterle un pistón más grande, suspensiones novedosas traseras, buenas
horquillas delanteras y una percha absolutamente rompedora a las miradas.
Estuvimos haciéndole el rodaje varios días, la moto iba fenomenal y con dos
pasajeros tiraba bien; a lo que el amigo Juan, antes de un mes y con un rodaje
de frustración, ya le estaba metiendo metralla, para equipararse a las rápidas
del barrio.
Increíble
el cambio de potencia, aquellos grupos rectificados, le daban una patada a la
emoción, que de repente, cualquier ciclomotor saltaba de los 40K/h a martillar
los 100 k/h y eso en aquellas carreteras y aquellos años de lentitud era una
bomba, con frenos de tambor, y limitaciones de pequeña cilindrada; nuestra
integridad nunca estaba a salvo si no era superada por el orgullo del más
rápido. El banco de pruebas era la referencia con el derbi rectificadas, de los
otros amigos, que picaban 110 a ojo de buen cubero, o al menos en esprínter,
pocas otras le llegaban a oler la mezcla de dos tiempos. Sin embargo, la
novedad estaba en los nuevos diseños, las hechuras de motos mas grandes con
trajes pintorescos y estéticas resueltas.
Estábamos
asistiendo a un cambio de look generacional. Ya habíamos superado, las primeras
obreras. Ginson, derbi, Mondial, vespas, Sachs, mobylette, Montesas, Puch… Nos
precipitamos hacia una moda emergente, la era del plástico rediseñado. Se acabó
el metal, aquellos guardabarros cromados que le daban ese aspecto metálico de
“motuqui” a nuestras queridas “correquetecagas” los porta faros embutidos en
caratulas de colores con espacio para un dorsal de carreras. Esta generación
emergente de los ochenta venía avalada por el éxito de las carreras y de la
fabricación de componentes que hacían las pequeñas cilindradas verdaderos
pepinos en acción. Tubarros que rompían los decibelios del aguante ciudadano.
Era una anarquía descontrolada, donde el sistema no llegaba al control de la
imposición, más que por las molestias que causaban a la población
Nuestra
banda de pequeños motoristas armados con el poder de la ignorancia y la
juventud prepotente rodábamos con pintas de terroristas de las carreteras
secundarias, no hacíamos más que ruido y notoriedad sin reparos, pero recuerdo
mucho la invasión a los pueblos cercanos, con aquellas pintas de “peludos
Hippiloyas” Valsequillo y telde fue nuestras primeras conquistas de espacios
públicos. Como en Telde había más control de policías Municipales y “Maderos”
nos acoplábamos a valsequillo y su paisaje tranquilo de pueblo sin problemas de
invasión callejera. Los pobres guardias de la época, nunca podrán olvidar la
chusma motorizada de la Gavia. No eran gente mala, pero si muy atrevida en su
estampa y las molestias las producía esa actitud de ruidos sin control.
Pero
aquello solo fue el principio, luego llegaron los siguientes años de más
descubrimientos, la invasión a otros pueblos, el crecimiento de la pandilla, la
moda de la creatividad en las motos. Pintadas exóticas, Manillares colgados o
ultra bajos, colines de carreras y rectificados de lima gruesa. Una revolución
que había encontrado en nuestros derroches económicos una ingeniería artesanal,
la moda de la transición juvenil.
Curiosamente
el ayuntamiento de Telde, saco a escena un bando municipal, debido a la
proliferación exagerada de motos con tubarros y poco poder de control, era
limitar el acceso a la ciudad en horario de descanso de 21.00 H a las 7.00 H de
la mañana, se pintaron nuevas señales donde aparecía un ciclomotor en un disco
de dirección prohibida y debajo el horario de prohibición. En nuestra peña se
respetó una temporada, hasta que bajaron la guardia y los grupos se fueron
difuminando a escapes normales.
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