Que
la sabiduría de nuestros pioneros del automovilismo, inmortalicen las rectangulares
figuras de los malecones, que adornaban las viejas carreteras con el recuerdo
grabado. Es de un romanticismo inmortal, absoluto y emotivo, llenos de cal
blanca albeados y archivos neutros impresos en la memoria del tiempo, de entusiasmados
forofos y participantes que sentados esperaban el ruido de aquellos carros
maravillosos, contando anécdotas, observando como la primavera pintaba de verde
exuberante los andurriales de las cumbres de Galdar, El ruido retumbando en sus
laderas escalonadas del barranco hondo y subiendo la rampa entre pinares a los garajes,
el frío de marzo y la niebla acompasada que esconde las curvas dejando el
asfalto aterido y húmedo y entre visillos de claridad y niebla aparecen los
malecones como las murallas de los castillos encantados que permanecen desde el
medievo, guardando las batallas del tiempo. En Juncalillo ese amor que
manifiestan los amigos de la escudería Drago es el valor de inmortalizar el
tiempo que se empeña en borrarlo todo y que tan solo el valor de la constancia
en los detalles que han hecho grande el automovilismo en Canarias, se encarga
de velar por su patrimonio histórico y sentimental.
Gracias
escudería Drago. Hilario, JJ, Pepe, todos, por descubrir que el tiempo no es más
enemigo del olvido, que la memoria que lo exalta; inmortaliza y valora.
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