A medida que los tiempos van pasando por nuestras vidas, la experiencia y el sentido del clasicismo se va enraizando en dichas pasiones, manifestando nu estro propio estilo como bandera de un pasado de práctica enriquecida; queda ese pozo de sabiduría y en el, encontramos la razón de la existencia y continuidad de aquellos gozos.
Cuando
volvemos al garaje de los amigos, a charlar sobre el motociclismo de todos los
tiempos, encontramos el nexo de unión cultivado para esa manifestación de recuerdos,
y descubrimos que la veteranía de la práctica y las heridas de guerra, de los acontecimientos
pasados; han marcado el libro de las vivencias dándole el brillo cauto de la
aventura superada
German
González pasó por los años 70, de puntilla y embobado mirando los ciclomotores
con el deseo de ser poseedor de uno de aquellos billetes de libertad, después
de varias Derbi, a las que sacó su esencia, decidió enamorarse e invertir en
una nueva, Moto Guzzi 50, quizá por aquello de que, Derbi tenía todo el mundo. Las
motillas italianas marcaron época y distinción. Siempre notorias en detalles.
Su juventud fue un rosario de metralla acumulada, Hostias y zarpazos afortunados
–de los de angel de la guarda, como la galleta de las Lagunetas que desfondo un
techo de una casa y cayó al bajo después de volar- fueron dejando las
cicatrices en su rostro, hombros y piernas. Como un guerrero vikingo sobrevivió
a la pubertad de los machetazos, escapadas a los pueblos, con la pandilla
motorizada.
Hasta que llegó la Vespa que era