Al final -La Gavia- un barrio pequeño de nuestra isla de Gran Canaria, en la que se dieron y manifestaron circunstancialmente toda una revolución del motorismo del ayer, que nos alcanzó de lleno y nos metió en la guardia permanente de entender el mundo en dos ruedas. Gracias a ellas, nos abrimos camino a la sociedad; vivimos las transiciones con el pulso del acelerador, como mando de luces del entendimiento y encontramos siempre la evolución del futuro a través del sonido y la percha, de las motos nuevas que iban llegando.
En
esta nueva perla de la memoria, que descubrí estos días, charlando con mi tío Antonio,
-que ya entró en los ochenta años-. Y siempre fue notario destacado y apuntador
de mis leyendas e interpretaciones, comentaba que en los años sesenta, -yo, comenzando
a nacer y a morder el chupete – las motos que destacaban en el barrio, eran más
contadas y señoriales: La Triumph de Santiago Valido, la Francis Barnett, del
abuelo Miguel,- fueron las primeras que llegaron al barrio, en los años
cincuenta- La Sanglas de Antoñito tejera -el ranchero-, la Vespa de Miguel, “el
de Román” la MKII “Agricultura” de Antoñito Herrera, la Tralla 101 de Lorenzo, la
Derbi “Motor de hoyo” de Segundino Herrera,- que presenciamos su muerte -cuando
se estampó contra la valla, de la vuelta del lomito la pepina, y cayó volando
encima del muro unos 8 metros al vacío. La Montesa Brío, de mi tío Domingo Fleitas,
- que llevaba hasta cuatro pasajeros; iba gente caminando, paraba, se echaba
sobre el depósito, y le decía súbase por ahí, cristiano.
La
Bultaco Mercurio de Juan Déniz, La Bultaco Metralla de floro, la Norton 500 de
Tito Robaina, La vespa de Yeyito, La Montesa Impala de felix Reina; Las MV Agusta
de Domingo Pérez, o la de Antoñito Sánchez, -que me atropello en el año 1967- cuando
yo tenía tres años; la Rovena “de Manolo Morales, La Garelli de mi tío Antonio; era la nueva
línea de motos obreras que reinaban a finales de los sesenta, también la de Pepe
Reina, o la de Pepe “el chocho” La Mondial de Domingo Pérez, La Antorcha
primera serie de Juan Monzón, La de Pepe Gonzalez… Todo esto antes de 1970,
luego llegó la multiplicación de las especies, en la siguiente generación: Setentera,
ochentera y noventera
No
quiero hacer una estadística nominal de inventario del barrio, obviamente es
una dimensión que conlleva otro estudio, ya que la nómina es muy amplia, el
ochenta por ciento de los padres de familia y jóvenes tenían motos obreras, en
los años setenta. Era un enjambre constante; las pegas al trabajo o las
sueltas.
En
la Era la tosca, donde estaba la tienda de Irenita, delante de las cuevas de la
montaña, había un amplio aparcamiento que ocupaba toda la era de empedrada y
tallada en la roca. Era como un balcón aéreo sobre el barranco la Pepina y la
montaña del Palmital, allí paraban las motos que era el final de la pista de tierra
que llegaba al barrio, se metían en la tienda a beber ron y a jugar la baraja,
en el ratico de ocio y estaban hasta bien entrada la tarde. Lorenzo Déniz, aparcó la Bultaco Tralla 101
contra la pared de piedra a unos metros del desnivel, y cuando decidió
marcharse, no calculó el estado de embriaguez de su noche mágica.
Después
de arrancar la Tralla, maniobró el giro, con tan mala suerte; que enfocó la
moto hacia la orilla de la Era, y no pudo detener su avance… Cayó por el risco,
voló más de 20 metros por una perpendicular de terraplén junto con la Bultaco,
cayó al barranco, al lado del estercolero de las cuevas alpendres de Pepito
Ramirez. A Dios gracia, no le pasó nada y de repente se le quitó hasta la
chispa, y sacó la moto por el camino de la umbría devuelta a la carretera. Eso
sí. ¡Sin casco, ni guantes, ni equipamiento…!
Fue
la primera vez que asistimos al vuelo incontrolado de un Bultaco en el barrio. Mi
curiosidad en recordar, sacó la esencia del tío, más de cincuenta años después.
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