Un clásico que despierta del sueño aletargado de la memoria colectiva
El
tiempo pasa, cambian las modas y evolucionan las costumbres, pero algunas
pasiones permanecen. En estos 75 años de competiciones en Canarias, el
motociclismo ha sabido adaptarse a cada época sin perder su espíritu original.
Ha sido una constante en la historia deportiva del Archipiélago, dejando a su
paso recuerdos imborrables, anécdotas y héroes de carne y hueso.
Cada
nueva generación de pilotos ha aportado su forma de entender el deporte, y con
ello, su propia huella. Pero siempre hay algo que se mantiene: la emoción del
público, el rugido de los motores y la nostalgia de las viejas glorias, que aún
brillan en la memoria de quienes vivieron aquellos días de pura pasión por la
carretera.
Vale
la pena mirar atrás para recordar cómo empezó todo.
Fue un 13 de octubre de 1957, justo después de la fiesta del Pilar, cuando se
celebró la primera Subida a Tafira. Aquella jornada marcó un antes y un
después. Con el respaldo del Real Automóvil Club de Gran Canaria y el
impulso de dos entusiastas —Manolo Bautista y Pepe Herrera, quien más
tarde sería presidente del Moto Club Gran Canaria—, se organizó una prueba
inédita: coches y motos compitiendo juntos en la misma subida.
La
rampa de Tafira, con sus 4,5 kilómetros de recorrido, era un desafío técnico y
visual. Rectas rápidas, curvas amplias y las famosas paellas del Tanque de
los Ingleses, la Vuelta Honda y el Secadero se convirtieron en puntos clave
para el público. Las laderas de Barranco Seco, San Roque y Tafira se llenaron
de aficionados que buscaban la mejor vista. Eran gradas naturales repletas de
entusiasmo, donde se mezclaban familias, amigos y curiosos que no querían
perderse el espectáculo.
Durante
nueve años consecutivos, la Subida a Tafira fue una cita esperada. Se convirtió
en un referente y en el escenario donde pilotos y marcas mostraban lo mejor de
sí. Aquel espíritu competitivo, cercano y festivo dejó un legado que aún hoy se
recuerda con cariño.
(Más información y fotografías en el libro “Motociclismo Histórico
1964–1967”, de Pepe Monzón.)
Después llegarían otras subidas igualmente memEstas pruebas clásicas tienen algo especial: un valor romántico que las mantiene en pie frente al paso del tiempo. Aparecen y desaparecen, pero siempre regresan para recordarnos que el motociclismo es más que un deporte: es una historia compartida.
Y ojalá, como ha ocurrido hasta ahora, sigan celebrándose con la misma puntualidad, emoción y cariño de siempre, despertando en cada edición la memoria colectiva de toda una aficiónorables, como las de San Mateo y Moya
entre 1963 y 1965, que completaron una etapa dorada antes de los años setenta.
A partir de ahí, el motociclismo siguió evolucionando, pero aquellas pruebas
pioneras quedaron grabadas como las verdaderas raíces de la afición.
Hoy,
cuando se habla de las Subidas en Cuesta, no se trata solo de recordar
competiciones. Es también una forma de rendir homenaje a quienes hicieron
historia, a los escenarios que marcaron época y a la emoción de un público que
vivía cada curva como si fuera la última.
Eventos
como la Subida a Barlovento en La Palma o la Subida Unquera-Colombres
en Asturias mantienen vivo ese espíritu. En ambas, no faltan los nombres de las
viejas glorias canarias, que siguen representando con orgullo una pasión que no
entiende de edades ni de modas.
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