KILÓMETRO
LANZADO DE SAN CRISTOBAL
Los
años cincuenta representaron un verdadero revulsivo tras la resaca de las
grandes guerras. El despertar de una nueva Europa, forjado a golpe de hierro,
fundición y carbón mineral, impulsó el desarrollo de las nuevas ingenierías
técnicas. El motociclismo, amparado en el poderío industrial británico,
absorbió aquella sabiduría y la transformó en ingenio para abrir nuevas
fronteras en el deporte de las dos ruedas.
Surgió
también el fenómeno latino, marcado por la recuperación en tiempos de escasos
recursos, con una economía sustentada en la práctica y la sobriedad. Las
pequeñas cilindradas eran fruto de la creatividad de talleres caseros, cuyo
empeño despertaba interés y acababa en busca de apoyos que garantizaran su
supervivencia. Pronto surgieron soluciones a la medida de los jornaleros, con
ahorros básicos y avales firmados en letras de compromiso que hablaban de
laboriosidad y sacrificio.
En nuestras islas, tras superar la autarquía y las penurias del desabastecimiento, la apertura del puerto franco permitió la reactivación del comercio y el intercambio internacional. Sin la rígida fiscalización del sistema, aquel periodo entre 1910 y 1950 supuso cuarenta años de intensos intercambios comerciales e industriales con el mundo anglosajón, lo que trajo consigo dinamismo económico y liberación mercantil. El pueblo isleño adoptó el modelo europeo y comenzó a tejer una red comercial de apertura. El automóvil y la motocicleta, más allá de ser artículos de lujo, diversificaron su identidad para llegar al ámbito latino, aunque sin olvidar a los grandes importadores.
En
este contexto surgieron las primeras competiciones: carreras, rallyes, pruebas
de kilómetro lanzado o subidas en cuesta. Aunque hubo intentos esporádicos
anteriores –como la célebre carrera de diligencias de 1885, de la que
hablaremos más adelante–, fueron los rallyes en Gran Canaria, avalados por el
Real Automóvil Club, los que consolidaron la afición. Inspirados por las
grandes iniciativas nacionales de Madrid, Barcelona o Bilbao, estos eventos
despertaban pasiones entre una juventud deseosa de emociones y posibilidades.
El
Rallye Gran Canaria nació oficialmente el 2 de mayo de 1954, y pronto se
convirtió en un escaparate deportivo y comercial en una sociedad cambiante y
expectante. Automóviles y motocicletas compartieron protagonismo en aquellas
primeras competiciones, seguidas siempre por una multitud entusiasta y ávida de
espectáculo.
Una
de las pruebas más emblemáticas en el escenario capitalino fue el kilómetro
lanzado de San Cristóbal. Consistía en exprimir la máquina en la recta que
iba desde el Hospital Insular hasta la Hoya de la Plata, ante una muchedumbre
exaltada. Era la auténtica “prueba de fuego”: la velocidad pura y la ligereza
de la máquina se imponían sobre la destreza del piloto. Así se forjaron los
primeros héroes del motociclismo canario. El libro Motociclismo en Canarias,
de Pepe Monzón, nos acerca con detalle a aquella época, ofreciendo
clasificaciones, fotografías y el ambiente de aquellas jornadas inolvidables.
En
la misma recta de San Cristóbal también se organizaban gymkhanas con
automóviles, atrayendo a grandes masas de público frente a la iglesia del
patrón de los conductores. Curiosa –o tal vez premeditada– coincidencia,
difícil de explicar, si no es con el eterno dilema de “qué fue primero, si el
huevo o la gallina”. Lo cierto es que la historia de la movilidad en Canarias
está llena de anécdotas y descubrimientos que, poco a poco, iremos desvelando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario