Se me hace raro no sentir el eco del encuentro anual, las trapisondas organizativas, las recepciones y los nervios de última hora, hilvanando todos los detalles para volver a vivir un fin de semana intenso de emociones y viejas glorias.
Así,
contemplando el efecto en la mirada del tiempo, condicionamos las garantías de
esos pequeños reproches. Nuestro evento es demasiado importante para
ningunearse en la desdicha; la fuerza arrolladora de tanta historia necesita
ese escaparate digno donde manifestarse y compartir las glorias.
Avanzando
en los treinta y tres años de andanzas y cultivos, somos capaces de analizar el
efecto vivificador creado y la esperanza permanente que identifica a un
colectivo amplio y generoso en compartimentos. Intento viajar hacia atrás y
siento ese impulso hacia adelante, como si la fuerza de tanta creatividad y
manifestación me lanzara a seguir descubriendo el camino.
Algunos
amigos, que viven ausentes en sus mundos comunicativos, no han olvidado mandar
el mensaje y las fotos de las motos que quieren presentar este año. Algo así
como: “El fin de semana nos vemos en las Viejas Glorias. Mira la niña guapa que
acabo de terminar para la fiesta”.
No; tuve que recordarles enviándoles el archivo del año sabático, y sentí esa traición como un sacrilegio a la ilusión de alguien. “No te preocupes, esta ya está terminada; remato la otra y así llevaré dos el próximo año”.

