Se me hace raro no sentir el eco del encuentro anual, las trapisondas organizativas, las recepciones y los nervios de última hora, hilvanando todos los detalles para volver a vivir un fin de semana intenso de emociones y viejas glorias.
Así,
contemplando el efecto en la mirada del tiempo, condicionamos las garantías de
esos pequeños reproches. Nuestro evento es demasiado importante para
ningunearse en la desdicha; la fuerza arrolladora de tanta historia necesita
ese escaparate digno donde manifestarse y compartir las glorias.
Avanzando
en los treinta y tres años de andanzas y cultivos, somos capaces de analizar el
efecto vivificador creado y la esperanza permanente que identifica a un
colectivo amplio y generoso en compartimentos. Intento viajar hacia atrás y
siento ese impulso hacia adelante, como si la fuerza de tanta creatividad y
manifestación me lanzara a seguir descubriendo el camino.
Algunos
amigos, que viven ausentes en sus mundos comunicativos, no han olvidado mandar
el mensaje y las fotos de las motos que quieren presentar este año. Algo así
como: “El fin de semana nos vemos en las Viejas Glorias. Mira la niña guapa que
acabo de terminar para la fiesta”.
No; tuve que recordarles enviándoles el archivo del año sabático, y sentí esa traición como un sacrilegio a la ilusión de alguien. “No te preocupes, esta ya está terminada; remato la otra y así llevaré dos el próximo año”.
Me
quedé sosteniendo la frase del deseo, la ilusión contenida, la sorpresa
guardada como un tesoro para los sibaritas de los tiempos de culto. Pensando en
el efecto sanador de esa terapia anual, cuántas cosas cultivamos y abrazamos
como el deseo de un bien natural y espontáneo que escondemos como virtud de
nuestros egos, olvidando que la infinita gracia de la felicidad está en
compartirlo como alegría del colectivo, festejarlo como una asignatura creativa
elaborada.
Devolver
la vida a las motos del ayer es un ejercicio dignificante, al que se aferran
todas las generaciones que, de pronto, quieren atrapar el tiempo y los
recuerdos antes de que se escapen.
Una
buena parte las guarda en sus garajes como tesoros familiares. La cultura de
las Viejas Glorias ha dignificado la conservación de los objetos, les ha
devuelto su lugar en el catálogo del tiempo y su valor patrimonial de
recuerdos.
Se
me hace extraño y necesario este parón. No me identifico con el pasotismo y me
preocupa la acción y la energía que se nos va terminando. En agradecimiento a
la perspectiva humana, esta generación valiente —la de los que levantaron la
mano por la unidad y el trabajo de conservar la historia y cuidar las
tradiciones— deja su legado.
Las
nuevas generaciones ya nacieron y crecieron en la dicha de identificarse con
las Viejas Glorias, y esa garantía de experiencias infantiles hará que el
futuro quede asegurado en la intención de avanzar.
Quiero
enviar un cálido mensaje a todas las Viejas Glorias del motociclismo, a todos
los compañeros que, año tras año, han arrimado el hombro porque tocaba defender
ese proyecto tan hermoso de cultivo y valores.
Seguimos
trabajando en el silencio de las oportunidades y cuidando la continuidad del
proyecto que anda preparando el regreso con la gracia que merece. Mogán 2026.
A
todos los amantes de las Viejas Glorias Canarias, ¡a cuidarse!
Abrazos.
Ahí estaremos.


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