Había que dar tiempo al
tiempo, solo servía para esperarlo, para que los sueños se acercaran a su
definición, aunque en el camino del guion perdieran su reparto principal y se
tornaran en otras imprevisiones, el destino y sus caprichos sin más
comentarios, que las resoluciones del pensamiento.
Una tarde de domingo, el
amigo del barrio; Carlos Martel por fin, estrenó su Lambretta Servetta de mini
Cross, era una moto preciosa dorada con un tanque semi redondo y unas líneas
verdes pintadas al más puro arte italiano, tenía cinco velocidades, antes de
estrenarla ya le colocó un cilindro grande y un tubarro que emitía un sonido
metálico muy sugerente, quedamos para bajar al cine de Telde y flirtear con las
chicas en el parque. -Año 76/77- Los tiempos estaban cambiando, ya teníamos
carretera recién asfaltada. Yo compré uno de aquellos pullovers con decoración
americana, que llegaban al mercadillo a través de los gitanos. Mi madre me dió las
100 pesetas del cine y los pequeños gastos y la seguridad, con el amor de su
alma, que venía a ser, una semana intensa bordando aquellos paños y nos lanzó
el mensaje; tengan cuidado.
Con la privación de probar la
carretera nueva y la moto nueva, bajamos por la Asomadilla a San Roque; en la
alegría del estreno iba también la imprudencia de la ignorancia, y aquella
máquina corría un montón; más el plus del piloto y la radiante juventud. Hasta
que en una de aquellas curvas cerradas con gravilla, se nos atragantó la
velocidad y el espacio, y subimos por la pared del radio, más de dos metros.
Caímos a la carretera, lleno
de rasguños, heridas y pulidas, la moto seriamente dañada; en la pared, unos
yerros sujetaban una tubería aérea y entre sus puntas de lanza, aparecían
colgadas las juntas del retrovisor sin cristal. Pasamos cerca de ensartarnos.
Mi pullover quedó rasgado por el costado y nuestros sueños rotos, en una
lección inolvidable de orgullo herido. Volvimos después de los remiendos técnicos
y personales a casa, tocados por un destino que nos enseñó las otras cartas, mi
madre me vio entrar cabizbajo y herido psíquicamente.
Tras las clásicas reprendes
sacó el costurero y mientras le contaba los detalles se puso a zurcirme el
costado, de aquel suéter precioso. Quiso borrar el pasado inmediatamente,
sacudir la mala suerte de la ocasión, ella no quiere nada de sus malos
recuerdos, solo el amor de los suyos, por ello, sus rezos son tan importantes y
las lecciones de supervivencia un regalo de prudencia a la juventud.
Eran las primeras “galletas”
de amor de principiantes en motos, el pago de una experiencia para vivir,
conscientes de que el futuro nos agradecería estas prácticas indeseables en las
dos ruedas.
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