Que tendrá Moya, que los suspiros de la pasión motorista marcan en su ruta el paso obligado: Su altanera figura en el Pico Lomito, su coqueteo con las nubes, su imponente barranco del Laurel, sus serpenteantes carreteras abismales. O tal vez, los restos de aquella antigua Selva Doramas, que pocos vestigios mantienen escondidos en los recovecos de sus barrancos y las lomadas de sus montañas, bosques de Eucaliptos y restos de laurisilva que detienen el turno, para mantener viva la memoria. La relevancia de ser el pueblo natal de D. Tomás Morales ensarto en sus obras poéticas la belleza de sentir el bullicio de los duendes del tiempo y enamorarnos de las Rosas de Hércules
Años después la poesía motorizada a elegido este fantástico lugar de paso, para las paradas y materializar en el sentimiento los latidos de pasión de su mejor fiesta. Sonidos, colores, curiosidades y la algarabía de vernos como excusa perfecta una vez más al año, las caras de los amigos, para hablar de motos y motoristas.
Y decidió la meteorología respetar la voluntad del encuentro anual, un pacto de niebla, con rocío sereno limpió el escenario el jueves previo para los actos y el viento soplo hacia el sur espantando los malos presagios con una lluvia de banderines de colores agitando el aire. Comenzaron a llegar los valientes a montar los decorados y las distribuciones, pronto la noche se despejó regalándonos una luna amarilla conciliadora, El Viejas Glorias había comenzado, sus duendes sellaron la voluntad para que no desluciera su magia.